“Vivimos aislados y entonces todos los días se manifiestan iguales. Así todo, la permanente exposición a la incertidumbre siempre hizo la vida de las especies del jardín un mundo difícil. Para los individuos la felicidad precipitó de a momentos, sorbos de agua y fuego, hasta que la pandemia, inédita para su breve historia sobrevoló hasta quedarse. LLegó, como llegan los predadores, invisible, para restringir, interpelar día tras día gozo y supervivencia. Días, semanas y meses de aislamiento en el hogar (la tierra), un patio, un ecosistema repleto de especies aladas, orgullosas, perfectas. Esculpidas de luz, se proyectan desafiantes, salvajes, altivas. Texturadas de sombras se revelan temerosas, brutales, miserables. Un monstruo microscópico -coronavirus- acecha y asusta, una amenaza tan real y espectral como la imagen que devuelve un charco o el lago. Cada día es diferente aunque se antojan iguales, tan diferentes como zorzales y tordos que en esos árboles de abrigo tiene tres mentes. O solo una, singular, la vida del Durmilí que seduce y se extingue en una voz melancólica. Interminables días, como el fuego y el humo en las sierras que prometen nunca extinguirse. Lapsos, momentos, breves como el eclipse solar que aunque efímero se roba lo que queda del día. Pero al final. La esperanza emerge en un ser alado que se posa en el alma, que canta melodías sin palabras. Y que nunca se detiene. En absoluto.”